Sueña con sirenas
“Pero ¿qué puede la mejor intención, puesta al servicio de una causa justa, contra los extravíos de la alienación mental? Avanza hacia el loco, le ayuda con benevolencia a devolver su dignidad a una posición normal, le tiende la mano y se sienta a su lado. Advierte que la locura es sólo intermitente.”
Lautréamont. Los cantos de Maldoror.
Sueña con sirenas. No las que ululan por las calles tratando de abrir paso a ambulancias, autobombas y patrulleros. Sino con las mitológicas. La sirena de su sueño está enojada. Algo debe haber dicho o hecho para enojarla. Aunque no logra recordar qué.
El libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges sigue firme en su biblioteca. Un poco golpeado por tantas mudanzas pero sigue ahí. Ya no recuerda por qué algunos libros siguen con él. Ni cuáles son los que han quedado por el camino. O que han sido víctimas de alguna inundación. Algún significado deberían tener. Habría que rastrealos, como las miguitas de Hansel y Gretel.
Escribe Borges “A lo largo del tiempo las sirenas cambian de forma. Su primer historiador el rapsoda del duodécimo libro de la Odisea, no nos dice cómo eran; para Ovidio son aves de plumaje rojizo y cara de virgen; para Apolonio de Rodas, de medio cuerpo arriba son mujeres y, abajo, aves marina; para el maestro Tirso de Molina (y para la heráldica), “la mitad mujeres, peces la mitad.” El canto de las sirenas que Ulises trata de evitar para poder llegar a destino sano y salvo. Unta con cera los oídos de sus remeros. Y él se ata al mástil de su navío.
Libranos señor de todos los pecados, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
No solo en sus sueños, los cantos de sirena también meten la cola en Nueva York.
1.Un hombre visiblemente trastornado (en situación de calle) empuja a un pasajero a las vías del tren. En el preciso momento en que la formación ingresa al andén. El empujado salva su vida, dios sabe cómo. Preguntado por los periodistas el acusado responde -como Ulises- que ha escuchado voces. Preguntada la víctima responde que -ante la muerte inminente- no ha visto desfilar la vida delante de sus ojos. Otra mito popular desbaratado.
El alcalde de la ciudad, que aparece a menudo luciendo orgulloso una gorra de la policía niuyorquina, promete más efectivos patrullando para detener la ola de “crímenes sin sentido” que se producen dentro del sistema.
Es invierno y los homeless mentalmente sanos, y los no tan sanos, se protegen de la crueldad invernal viviendo en el subterráneo calefaccionado. De otro modo morirían congelados en la calle.
2.Otro hombre fuera de sus cabales se las agarra con una mujer que duerme apaciblemente durante la noche en uno de los coches. Manotea su encendedor y prende fuego a su ropa. La mujer, tan indigente como él, muere calcinada.
Según muestran las cámaras de seguridad el piromaníaco se sienta en un banco de la terminal donde el tren pasa la noche. Y se queda observando la combustión de su fogata humana.
Está comprobado en los incendios forestales originados por piromaníacos, que los incendiarios siempre vuelven al lugar del crimen. El piromaníaco del subte no necesitó volver, porque en realidad nunca se había ido.
3.Otro hombre carente de elementos inflamantes, -y de sanidad mental- ataca a un transeúnte desprevenido y con un machetazo certero le amputa cuatro de los cinco dedos de una mano. Se desconoce si el sujeto ha escuchado el canto de alguna sirena. El damnificado es atendido en un hospital de la zona y logra sobrevivir.
El alcalde insiste con saturar el subterráneo y las calles con más uniformados. Ni él ni nadie de su entorno se anima a explicar cómo una cosa va a mejorar la otra. A lo largo de su gestión ha demostrado ser un experto en alharacas mediáticas. En sus arengas omite mencionar que los locos están sintonizando otro canal: navegan por su Mediterráneo interior prestando atención a su propio elenco de sirenas.
Como el policía retirado que es, sigue viendo el mundo con el prisma de la ley y el orden. Cuando uno es un martillo, lo único que ve son clavos. O como dicen por ahí, cuando uno ha sido policía nunca deja de serlo. El uniforme permea con los años y se les sube a la cabeza. Si se trata de sirenas, el máximo representante de la ciudad, parece poder escuchar únicamente las de sus ruidosos patrulleros.
La famosa serie policial Naked City a fines de los 50, proclamaba “Hay ocho millones de historias en la ciudad de Nueva York.” Esta historias brutales -entre otras tantas formas de violencia cotidianas- parecen no tener fin.
4.Otro alucinado, armado con un martillo, persigue a una mujer por las escaleras del subte y le asesta varios golpes en la cabeza. La mujer en cuestión termina en el hospital. Los médicos explican que ha salvado la vida milagrosamente. No se conocen mayores detalles.
La gobernadora -que seguramente se desayuna leyendo las encuestas de opinión-, decide poner manos a la obra dedicándose a manufacturar la percepción pública. Ni ella ni nadie de su equipo dan indicios de querer encontrar una solución de fondo. Ellos son parte del problema. Aunque no lo admitan.
Gobernadora e intendente saben de sobra que los perturbados mentales que reaccionan violentamente continuarán haciendo de las suyas. Siga, siga el baile, al compás del tamboril…
Ideas peregrinas no les faltan. Como si los policías adicionales fueran pocos, despliegan miembros de la Guardia Nacional con ropa de fagina -como la que visten en el desierto- pertrechados con fusiles automáticos.
Citan a los medios desinformativos en una estación del subte. Los periodistas acuden sumisos con cámaras y micrófonos. Son parte de la pantomima oficial. En tono grave la gobernadora anuncia que su trabajo es cuidar la percepción del usuario: que todo cambie para que no cambie nada. Como lo relata Luchino Visconti, en su película de 1963, gatopardismo en estado puro. La gente debe sentir que nos importa su bienestar, que nos preocupan, pregona frente a las cámaras.
Emular al Ulises de la Odisea es una enorme tentación. Los políticos prefieren atarse al mástil de su navío mental convencidos que todo pasará. Que llegarán sanos y salvos a su destino de grandeza y reelección asegurada. No hay peor sordo que el que no quiere oír.
Los túneles del subte le evocan otros: los de las minas de carbón del siglo XIX. Eran verdaderas trampas mortales. Los mineros morían al inhalar súbitos escapes de monóxido de carbono, un gas inodoro e imposible de detectar. Alguien descubrió que los canarios eran extremadamente sensibles a él y morían al instante, dando tiempo a los mineros a colocarse sus máscaras protectoras. A partir de ese descubrimiento, comenzaron a bajar a las entrañas de las minas con canarios enjaulados. La muerte de los canarios salvaba la vida de los mineros. Solo hacía falta prestarles atención para sobrevivir.
¿Y si los dementes locales fueran el equivalente a esos canarios? ¿Y si estas agresiones fueran una manifestación defensiva de la sociedad? Tal vez los locos perciben lo que está podrido en Nueva Ámsterdam mucho antes que el resto, y reaccionan. Pero, en lugar de morir como los canarios, atacan. ¿Podrían ser señales de alarma desesperadas?
Tal vez esta mega metrópolis haya alcanzado un nivel de inhumanidad insoportable. Si la pandemia afectó psicológicamente a los neuróticos sin distinción de edad ni estatus, ¿cuánto debe haber afectado a los psicóticos, o a los que estaban en tránsito a este nivel de paranoia?
Existen enfermos con serios problemas mentales en todas las capas sociales. Si los homeless son un grupo de alta vulnerabilidad, los enfermos mentales en situación de calle son la epítome de esa vulnerabilidad.
¿Por qué no pensar que estos locos funcionan como fusibles? Tal vez ponen de manifiesto aquello que no podemos o no queremos ver. Son actores y síntoma, al mismo tiempo. Son violencia en carne viva: empujan, queman, cortan, martillan.
Se pregunta si estos eventos no son ni más ni menos que casos-testigo. Cabos sueltos que, por el momento, ningún político está interesado en conectar.
Pero ese es otro cantar.
Brooklyn, febrero 2025
Barbarella mía
Yo te imagino así, levitando,
desvistiéndote lentamente
ajena a la gravedad de la cama,
o al consuelo del piso
Quisiera orbitar alrededor tuyo
y aventurarme en tu cuerpo
pero sin peso
Que mis labios te visitaran
sin almohadas ni sabanas de por medio
O que la yema de mis dedos te recorriera
como un explorador en busca de tus secretos
Quisiera no ser yo,
no tener consciencia ni objetivo
Solo ser pulso, tacto, u olfato
y tenerte al fin
desposeído de mí mismo
Yo te imagino así
levitando una y otra vez
hasta desplomarnos juntos
2017©Enrique Ahumada Brooklyn, NY
Los Adioses
(Estrategias posibles)
Puedo verlos por la ventana.
Un fantasma le ofrece su brazo al otro
para cruzar a salvo
a la otra orilla de Diagonal Norte:
uno es Jaime, el otro es Borges
El ruido no viene de esa calle,
sino de una ventana cerrada
adentro de mi cabeza
El viento voltea el florero
pero no alcanza a abrirla:
las flores están marchitas,
no alcanzan
Que habrá ahí adentro?
Sonrisas y lágrimas
Besos y apretones de manos
Abrazos, muchos abrazos
Encuentros y despedidas
Sueños y hechos consumados
Historias entrecortadas
como trozos de fotos.
Y si armo un collage
con cosas dichas, y no dichas?
Y otro con preguntas que nunca
llegaron a mi boca?
Cómo oficiar los rituales del adiós
con el cuerpo ausente?
Arrojo gladiolos al mar
o preparo una ofrenda
para el día de los muertos?
Llorar no es despedirse
pero ayuda
No abre la cabeza
pero aligera el pecho
cuando el corazón marcha denso
a un compás apesadumbrado
Y si me mimetizo en funerales ajenos
donde mis lagrimas pasen desapercibidas
aun para mí mismo?
Al final, después del final,
descubro lo irrevocable
de esta despedida:
lo que fue, fue,
y lo que no, pelito para la vieja.
Se van desvaneciendo en la ventana
Borges con sus ojos nublados
lo guía por Florida hacia el horizonte
Es hora de decirle adiós al tío James
En este jardín de los recuerdos
nuestros senderos se bifurcan.
2020©Enrique Ahumada
Brooklyn, NY
El Tren Inmóvil
Café La Biela, ciudad de Buenos Aires.
Los mozos bostezan
Los parroquianos se desperezan a sorbos de café
El murmullo es casi inaudible, distante
Los domingos no apuran a nadie
El aire fresco despeja su cabeza
Como una meditación automática
Sus propios pensamientos se distancian
Se vuelven murmullo, inaudibles
El ritual le resulta familiar
Deja que la brisa le respire
otros murmullos, otros silencios
Recuerda otros paisajes
en el interior de su cabeza
Quieto por fuera
inquieto por dentro,
No va a ninguna
y a todas partes a la vez
Está en un tren inmóvil
por donde pasa la ciudad
Pide gancho, se rinde
No más escondidas ni encuentros fugaces
Renuncia a partir sin decir adiós.
No opone resistencia
Habrá un recorrido para ser otro,
o el otro?
Llegará a ser el mismo
y alguien distinto a la vez?